lunes, 8 de noviembre de 2010

CUANDO EL APLAUSO SE CONVIERTE EN BOSTEZO: ¿UNA MUJER DE LA ARENA?


Aburrida, monocorde, sin fuerza dramática, sin belleza, ello no resume en su totalidad la última puesta en la Alianza Francesa de Lima. El poder onírico de Kobo Abe, el novelista japonés post segunda guerra, en su lírico-épico manifiesto narrativo La mujer de la arena, se altera a tal punto que el espectador no reconoce ni los juegos de sombras japonesas ni su poderío poético ni su profundo reclamo antiinindivualista.
El buen actor Leonardo Torres, se desplaza como el aspirante a entomólogo extraviado en un arenal laberíntico y que es atrapado en un hoyo de arena donde habita una viuda con síndrome de Estocolmo. Dos personajes cuya dialéctica supone un ejercicio dialógico poderoso. Pero nada.

Torres se vuelve exagerado, predecible, haces gestos innecesarios para dramatizar una escena (grita o abre los ojos como aprendiz de actor) y pierde su buena formación newyorkina corporal en un cuerpo escénico incompatible con la difusa propuesta de Marisol Palacios, su directora. La pericia por evitar que las escenas sean comentadas por los apartes en forma de monólogo, fracasa. Es decir, no hay un fraseo escénico prudente y adecuado para señalar la historia no contada y que suele ser ilustrada por los clásicos apartes. Estos se tornan reiterativos en su oscuridad. Así toda la puesta es una tediosa tautología teatral.

Sin embargo la debutante Andrea Fernández logra un personaje femenino creíble en sus mutismos y en sus ausencias, aunque no se entiende el tono vocal de sus textos (no se sabe si es un intento de la directora para ubicarla geográficamente) siendo su dejo superfluo ya que no se encadena a ninguna intención detectable de la propuesta escénica. Lo mejor es la escenografía, los silencios, las sombras, pero creo que se debe más a mi imaginario personal de la novela japonesa.

Un tibio aplauso del respetable y algunos bostezos delatan su opinión.

martes, 12 de octubre de 2010

LA MUERTE DE BRECHT EN PERÚ

Alberto Isola acaba de matar a Bertolt Brecht. La célebre teoría del distanciamiento, de tanta importancia e influencia en el quehacer teatral contemporáneo, no aparece por ningún lado. Antes que evitar la ilusión (una premisa de esa tensión brechtiana) lo que se muestra en la Sala del Teatro Británico de Lima, es un confuso género teatral a caballo entre el entremés (como concepto no ucrónico) y el melodrama.

Las canciones, que deberían, siguiendo a Bertolt, señalar pedagógicamente y distanciar, son intentos de vanidad individual poco encadenado tanto musicalmente como por lo desafinado de las voces (el sonido y volumen de los instrumentos es mayor que el cantar). Esto último es de un descuido preocupante sabiendo de la importancia y las claves para la trama que brinda el cantar. Así poco a poco se va tornando ininteligible todo. Solo el haber leído a Brech previamente nos ayudaría a comprender el sentido mayor de lo que quiso mostrar el Director.

Madre Coraje, así, en manos de la portentosa actriz Teresa Ralli se escurre por la mala dirección del total. Le pesa mucho a Ralli deshacerse del célebre método antropológico de la Escuela de Yuyachkani, de donde procede. Notorio por los constantes lapsus lingüe, confusiones reiteradas en los textos y un cuerpo escénico nada brechtiano (un rostro forzado y antinatural). Es interesante ver esa lucha entre su formación de tradición colectiva del formato Yuyas con una apuesta anti-aristotélica más individualista como se pretende con la puesta por definición. Ralli, no escapa del poder de la vieja escuela teatral de la cual forma parte y no encaja en el sentido que debería ofrecer ante el reto de Brecht. Hay momentos en las que uno ve a Antígona y no a Madre Coraje.

Evidentemente, semejantes vacíos escénicos, para nada resueltos por el Director, convierten esta puesta en algo cerca a un fiasco para ojos rigurosos. Anna Fierling en vez de ocasionar en el espectador una reflexión sobre la guerra, muestra las costuras de una mezcla de varios estilos teatrales. Las doce escenas se tornan poco encadenadas, el rompimiento de “la cuarta pared” es apenas un trámite burocrático, sin fuerza. Los “apartes” antes que distanciamiento son voces en off y peor aún, omniscientes. La hija muda de Coraje, trepada como gata entre los asientos de los espectadores es realmente patético. Sin la solemnidad de la epicidad brechtiana todas las premisas de su teatro son pura burocracia escénica.

Es más, se habla de una guerra que no es nuestra, tan lejana, tan descontextualizada. Isola eligió el camino más fácil, no procesar el tema bélico, tan necesario, entre nosotros. Las guerras europeas, con evidente sentido en su contexto cultural análogo, tiene alguna lógica, pero la renuncia a engarzarlo con nuestra guerra interna, por ejemplo, a procesarlo con nuestras propias batallas nacionales, es un indicador de la poca reflexión que se quiere con la puesta. Así, nadie se “distancia”, no hay reflexión.La intención antibelicista, eje de la genealogía de la obra, no aparece jamás. La ética, profundo ejercicio de la reflexión sobre la moral, no está por ningún lado. El materialismo histórico, tan caro a las puestas de Brecht, tampoco existe. Es decir, no se historiza. ¿Dónde está Brecht? Bueno, acaba de morir en Lima. Es más, en Miraflores.

lunes, 5 de julio de 2010

CUANDO UN DRAMATURGO NO DEBE DIRIGIR: a propósito de LA MUJER SIN MEMORIA (mi nombre es Gabriela Billoti) DE CÉSAR DE MARÍA



Usando una antigua figura retórica podemos concluir, sin dudarlo, que César de María como Director es un buen dramaturgo. De él recordamos buenas obras y algunas de ellas notables, como A ver un aplauso (1989) o Dos para el camino (2002). Su nombre, merecidamente, ya pertenece al canon de nuestra historia del teatro. Pero como director, por lo menos en la obra que acabo de sufrir, no debería volver a intentarlo. Pocos autores y directores de sus mismas obras tienen la distancia crítica para lograr una buena puesta. De María no es de ese grupo.
Superpone su fraseo textual (que ya de por si es entreverado) con una planificación escénica aún más enrevesada. No solo por el tema sino por género en la que se podría inscribir. Uno no sabe si está ante una parodia, una comedia, un drama, un entremés. Lo curioso que él mismo lo presenta como Thriller psicológico, género que por supuesto ni se asoma. Intenta abarcar diversos temas: una reflexión sobre la violencia terrorista global, una crítica a las transnacionales farmacéuticas, un ejercicio metateatral, un horizonte de sentido sobre la memoria. Imagínese todo eso en un poco más de una hora. El viejo dicho quién mucho abarca poco aprieta no puede estar más que justificado.
Las actuaciones, salvo el breve monólogo a contraluz del personaje (Alexa Centurión) que hace de rebelde químico-farmacéutica, son terribles. Una mujer policía (Camila Mac Lennan), que para mostrarnos que es española, dice coño y para expresar que tiene autoridad vocifera sin parar; una psicoterapeuta (Natalia Torres Villar) supuestamente argentina (de Buenos Aires¡¡¡) que descubre, ante la paciente imaginada, que tiene un complejo con su padre¡¡¡. Es decir, lleno de lugares comunes, maniquea, mal dirección actoral, luces incoherentes con los desplazamientos actorales, reiterativo en sus diálogos, efectista en casi todas las escenas.
Hay dos esferas semánticas que me preocupan: primero la vaciedad de los objetos, es decir, la pérdida de su significación en la puesta. Ello pasa por el uso circular y sin sentido de un arma. Hay momentos en los que Gabriela Billoti (alter ego de ella misma) usa la pistola para amedrentar a su oponente escénico y luego lo tiene jugueteando entre los dedos sin la contundencia prevista. El arma de pronto deja de ser un peligroso objeto que puede quitarte la vida en manos alteradas para convertirse en una torpe sombra de lo que puede ser. Se inutiliza su poder. Se vacía de significado. Entonces todo se caricaturiza.
He ahí mi segunda preocupación y tal vez lo más terrible: la caricaturización del tema de la violencia. En la nota de autor (volante que entregan al entrar en la función en la Alianza Francesa de Miraflores), De María sostiene respecto a su negativa de tocar temas de la violencia política peruana última: “Sin embargo, escribir y dirigir una obra que reseñe eventos así de grandes y trascendentes excedía mis posibilidades y sobre todo excedía mis ganas. No quería meterme en honduras históricas sin la investigación suficiente (…)”
Pero eso es lo que justamente hizo, nuestro dramaturgo: quiso ser global y apenas rozó una meditación elemental sobre el tópico violentista, quiso hacer una reflexión sobre la ficción teatral y terminó extraviado en conjeturas mal formuladas. Entonces una ve la obra y se pregunta qué nos quiso decir en el fondo. Por eso la última preocupación y la más grave, pierde una gran oportunidad de cavilar sobre nuestra violencia histórica bajo el pretexto de su inaprehensión. Uno de nuestros mejores dramaturgos renunciando al poder asir nuestros procesos violentos como país. De María tiene que ir de nuevo por su lucidez dramática, ya probada con anterioridad, y no evitarse así mismo como el gran escritor que todavía es (eso espero).

domingo, 23 de mayo de 2010

EL FINAL DE YUYACHKANI

Acabo de ver la última muestra escénica de los aclamados teatreros peruanos. Me considero un privilegiado haber asistido. La razón principal: contemplar el inicio del final del que fuera el grupo más importante de los últimos años. Titulado Con cierto-olvido, los yuyas, muestran su agotamiento como creadores. Obra que inicia el canto de cisne de un grupo que marcó época en el teatro latinoamericano. Es una puesta de escena inmerecida para el brillor y la lucidez histórica acostumbrados. Han dejado que la retorización más fácil de la violencia política sea un caballito de batalla de uso fácil. Han hecho de retazos de sus obras una mala confección escénica. Sin creatividad convierten en tediosa la espectación. La historia del Perú en postal escolar.
Todo es monótono. Las actrices más se preocupan en mostrar sus dotes para el canto. Los demás en ser músicos aceptables. Todo sin conexión. Es más la pretensión concertista es vacua. Sin armonía, sin poder teatral, sin magia, el tiempo pasa con crueldad. Una música vacía, sin fuerza, sin virtuosismo, desafinada (imperceptible para el oído normalizado). Las palabras pronunciadas con el mismo tono repetitivo, aburrido, gris. Más tradición que verdad actual.
Una dirección de actores burocrática, sin profundidad. En realidad es triste ver como no tienen nada nuevo que contar. Por eso creo que es su final y con ello una forma de hacer teatro de grupo.
No es teatro andino, como pretende su director. Es pura ficción imaginada y retocada desde la abdicación burguesa. Una clase media que ya no reflexiona, que ha sido derrotada por el marasmo y la comodidad de contar lo obvio. En el relato de los yuyas nuestra historia se pasteuriza, se turistea, digno de Promperú, pero desolador para el teatro mismo.