Alberto Isola acaba de matar a Bertolt Brecht. La célebre teoría del distanciamiento, de tanta importancia e influencia en el quehacer teatral contemporáneo, no aparece por ningún lado. Antes que evitar la ilusión (una premisa de esa tensión brechtiana) lo que se muestra en la Sala del Teatro Británico de Lima, es un confuso género teatral a caballo entre el entremés (como concepto no ucrónico) y el melodrama.
Las canciones, que deberían, siguiendo a Bertolt, señalar pedagógicamente y distanciar, son intentos de vanidad individual poco encadenado tanto musicalmente como por lo desafinado de las voces (el sonido y volumen de los instrumentos es mayor que el cantar). Esto último es de un descuido preocupante sabiendo de la importancia y las claves para la trama que brinda el cantar. Así poco a poco se va tornando ininteligible todo. Solo el haber leído a Brech previamente nos ayudaría a comprender el sentido mayor de lo que quiso mostrar el Director.
Madre Coraje, así, en manos de la portentosa actriz Teresa Ralli se escurre por la mala dirección del total. Le pesa mucho a Ralli deshacerse del célebre método antropológico de la Escuela de Yuyachkani, de donde procede. Notorio por los constantes lapsus lingüe, confusiones reiteradas en los textos y un cuerpo escénico nada brechtiano (un rostro forzado y antinatural). Es interesante ver esa lucha entre su formación de tradición colectiva del formato Yuyas con una apuesta anti-aristotélica más individualista como se pretende con la puesta por definición. Ralli, no escapa del poder de la vieja escuela teatral de la cual forma parte y no encaja en el sentido que debería ofrecer ante el reto de Brecht. Hay momentos en las que uno ve a Antígona y no a Madre Coraje.
Evidentemente, semejantes vacíos escénicos, para nada resueltos por el Director, convierten esta puesta en algo cerca a un fiasco para ojos rigurosos. Anna Fierling en vez de ocasionar en el espectador una reflexión sobre la guerra, muestra las costuras de una mezcla de varios estilos teatrales. Las doce escenas se tornan poco encadenadas, el rompimiento de “la cuarta pared” es apenas un trámite burocrático, sin fuerza. Los “apartes” antes que distanciamiento son voces en off y peor aún, omniscientes. La hija muda de Coraje, trepada como gata entre los asientos de los espectadores es realmente patético. Sin la solemnidad de la epicidad brechtiana todas las premisas de su teatro son pura burocracia escénica.
Es más, se habla de una guerra que no es nuestra, tan lejana, tan descontextualizada. Isola eligió el camino más fácil, no procesar el tema bélico, tan necesario, entre nosotros. Las guerras europeas, con evidente sentido en su contexto cultural análogo, tiene alguna lógica, pero la renuncia a engarzarlo con nuestra guerra interna, por ejemplo, a procesarlo con nuestras propias batallas nacionales, es un indicador de la poca reflexión que se quiere con la puesta. Así, nadie se “distancia”, no hay reflexión.La intención antibelicista, eje de la genealogía de la obra, no aparece jamás. La ética, profundo ejercicio de la reflexión sobre la moral, no está por ningún lado. El materialismo histórico, tan caro a las puestas de Brecht, tampoco existe. Es decir, no se historiza. ¿Dónde está Brecht? Bueno, acaba de morir en Lima. Es más, en Miraflores.
martes, 12 de octubre de 2010
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Sigo admirando su forma de escribir y su crítica aguda querido profesor. Un completo deleite el embarrarse por entre sus textos. Gracias por permitirme saber su punto de vista respecto a la obra, lo único que me falta ahora, es ir a verla y sacar mis propias conclusiones... Gracias
ResponderEliminarHola, Victor, siempre hay que sacar sus propias conclusiones.
ResponderEliminarun abrazo
r.