domingo, 21 de agosto de 2011

ENTONCES ALICIA CAYÓ O LAS PISTAS FALSAS

Es una excelente oportunidad para ver como documento de trabajo teatrológico esta puesta ya que plantea la difícil relación entre Director y Autor. Es decir, la pregunta clásica del dilema acerca de la pretensión de prácticamente manejarlo todo escénicamente: ser el autor del texto y encima ponerlo en escena. Es inevitablemente una tensión difícil, hosca, pocas veces resuelta con éxito. En general se fracasa porque es difícil deshacerse de los roles creativos sin que signifique la intromisión del otro. Es por eso que los manuales básicos recomiendan que sea mejor que el autor esté muerto. Una figura literaria que describe el deseo real para sugerir que el ejercicio directoral requiere una autonomía tal que debe prescindir del autor como interventor en el montaje. En este caso, Mariana de Althaus, una de las pocas dramaturgas peruanas con regularidad visible y facilidad mediática, posee la audacia de intentar escribir y dirigir la obra a la vez.

Ante ese conflicto se tiene que elegir. Ergo, o se es buena directora o mejor dramaturga. La obra muestra ello en constante áspera negociación disciplinaria. Casi todas las veces vence la autora sobre la directora. Un texto que intenta ser simpático, con agilidad retórica, ganador además del Premio de Dramaturgia de El Británico 2010, embolsados mil dólares, publicación y montaje. En ese sentido, uno qué pensaría cuando la obra se titula Entonces, Alicia cayó. Las conexiones con la novela clásica de Carroll son inevitables.

Es allí donde comienza el error. La metareferencia es más una concesión personal, un gusto individual que carece de sentido para la obra porque no hay conexión de ningún tipo con el paradigma inglés. Es decir, uno excluye el título, la metareferencialidad supuesta, y la obra seguiría funcionando. No es necesario recurrir al impromptus carroliano para existir como tal. A ello sumemos la opción cuando chocan director-autor. Muchas veces la directora no corta el texto de la autora, diálogos innecesarios, tautológicos, obvios, invariantemente extraviadas en el facilismo del gag verbal y del chiste antes que la habilidad de un fraseo más elaborado y menos comprometido con el universo literario personal de la autora que no despliega coherencia dramática en la propuesta. Se ahoga así misma.

Uno mientras mira la puesta va observando también la derrota del concepto de director autónomo para sujetarse a un texto que exige su totalidad. Entonces sistemáticamente se articula un disforzado fraseo, falsamente irónico. Es más, ello se profundiza con las historias que hay detrás en un hotel llamado WonderLand. Una mujer de 41 años (Vanesa Saba) que ve con ansiedad el límite de la edad para tener un hijo ante la negativa del novio (Paul Martin) por no tenerlo aún. Lo que uno observa es sumamente divertido, pocas oportunidades de ver una telenovela mexicana en teatro: todo es melodrama de cliché televisivo, como si actuaran para Televisa antes que para un auditorio teatral. No hay tensión, no hay drama importante, la historia femenina de maternidad ansiada solo reproduce un estereotipo. Aquí no ha funcionado ni la historia ni la dirección.

El fracaso es doble. La segunda historia es de una escritora mediocre (Sofía Rocha) que desea el estrellado artístico pero no puede educar a su hija en la ruta de la integridad humana (Patricia Barreto). Esta pertenece ya a otro sistema de valores que no comprende. La niña, una excelente performance de Barreto que salva apenas la puesta, maneja los códigos de un nuevo paradigma filial. En un momento creí que la metáfora de la búsqueda aupada por el concepto de Alicia en el País de Las Maravillas, como una inserción en el conocimiento del mundo y el reconocimiento de sus fronteras, tenía que ver con las historias propuestas por Althaus, pero nada. Pura ilusión mía, provocada por una pista falsa de la dramaturga.

La tercera historia es de una anciana cantante en el ocaso (Ana Cecilia Natteri) y su esposo, un filósofo gris (Carlos Mesta), que rejuvenece ante un amorío estudiantil y el hecho de ser padre. Rol que había sido negado por la dama cuya carrera al parecer ha sido exitosa. Sin embargo, para ser filósofo el personaje carece de orden lógico y una capacidad de reflexión mayor. Todo es plano en su argumento por sostener su amor clandestino con la muchacha. La cantante (que canta horriblemente, a propósito) recuerda que ya no puede ser madre y eso al parecer la entristece. Si la tesis de la puesta era la maternidad: una que quiere tener un hijo pero no puede, otra que tiene una hija pero no sabe qué hacer con ella y otra que no quiso tener hijos. Entonces ha fracasado. La primera se agota en una histérica desesperada por preñarse; la segunda en un comportamiento más infantil que la hija y la última, en una reflexión sobre el final de su vida artística antes que algún asunto de la maternidad.

Claro, y ¿Alicia? Hasta ahora sigo buscando qué diantres tenía que ver con la puesta. Salvo que Althaus sea una nueva Ionesco y tampoco haya alguna cantante calva.