viernes, 5 de agosto de 2011

PEQUEÑAS INTERRUPCIONES O EL TEATRO DE LA ESTUPIDEZ

Esta puesta dirigida y escrita por Mateo Chiarella Viale, inaugura una nueva variante del teatro del absurdo: el teatro de la estupidez. Si el núcleo poético y epistémico del teatro del absurdo era el uso surrealista del verso y una crítica profunda a la razón instrumental moderna, en cambio esta avanza más: demuestra que viejos y renombrados actores (su padre, Jorge Chiarella, su madre Celeste Viale y el inefable Alberto Isola) puedan estar horas en el proscenio diciendo tontería tras tontería con una historia banal y, creyéndose así mismos, que están explorando nuevas vetas dramáticas. Me divierte más ver la repetición de Chaparrón Bonaparte y Lucas (que también intentan parecerse pero sin el brillo y el filo del fraseo de Gomez Bolaños).
Pocas veces se puede observar en escena una contundente demostración del daño que han hecho lecturas mediáticas de Ionesco o Beckett, o del mismísimo Luis Berninsone (cuyo disfuerzo es más luminoso y audaz que la propuesta comentada). Isola no actúa, se deja llevar por la procacidad, es como si el guión fuera un entrenamiento para aspirantes a dramaturgos condenados al fracaso. Mediocre guión más mecánicas actuaciones y tienen ustedes las “pequeñas interrupciones” del pensamiento abstracto, de lo hondo que puede todavía caer nuestra pálida y menor dramaturgia. Sumémosle a eso la falta de autocrítica para montar semejante obra que quiso ser mordaz pero solo es patética, que quiso renovar el absurdo siendo estúpida, que asumió la poesía como premisa pero se agotó en versos baratos y comunes. Esta familia de personajes dedicados al teatro en nuestro país, cuyo aporte es bueno resaltar y reconocer, más allá del oficio mostrado en la Sala de la Alianza Francesa de Lima, no han hecho sino señalar el peligro de la endogamia teatral, del autoritarismo de los círculos teatrales cerrados y oligárquicos que les impide contrastar con puestas menos mediáticas pero más ricas teatralmente, como las que se desarrollan en las zonas periféricas al asumido como centro de la ciudad.
En su obra y puesta anterior Il Duce (2008), un intento seudoépico e incoherente con la realidad histórica peruana (hubiera sido más interesante una obra sobre Fujimori, por ejemplo, si el tema era gobernante autoritario), habían visos cómicos apreciables pero ahora, la comedia a dado paso a la ridiculez. Al ver lo pasmado que quedó el auditorio por lo ininteligible que pasaba ante sus ojos, además de un inicio sumamente aburrido, se comprobó con los aplausos tibios y más bien educados, sin entusiasmo, al término, pero, apenas tocados o “interrumpidos” por este intento falaz de complejidad. Sin conexión entre la puesta y el auditorio, no hay modo de hacer teatro responsable desde su posición comunicacional de privilegio. Es urgente revisar los parámetros de nuestra dramaturgia y analizar su crisis, al parecer, de larga permanencia.