Acabo de ver la última muestra escénica de los aclamados teatreros peruanos. Me considero un privilegiado haber asistido. La razón principal: contemplar el inicio del final del que fuera el grupo más importante de los últimos años. Titulado Con cierto-olvido, los yuyas, muestran su agotamiento como creadores. Obra que inicia el canto de cisne de un grupo que marcó época en el teatro latinoamericano. Es una puesta de escena inmerecida para el brillor y la lucidez histórica acostumbrados. Han dejado que la retorización más fácil de la violencia política sea un caballito de batalla de uso fácil. Han hecho de retazos de sus obras una mala confección escénica. Sin creatividad convierten en tediosa la espectación. La historia del Perú en postal escolar.
Todo es monótono. Las actrices más se preocupan en mostrar sus dotes para el canto. Los demás en ser músicos aceptables. Todo sin conexión. Es más la pretensión concertista es vacua. Sin armonía, sin poder teatral, sin magia, el tiempo pasa con crueldad. Una música vacía, sin fuerza, sin virtuosismo, desafinada (imperceptible para el oído normalizado). Las palabras pronunciadas con el mismo tono repetitivo, aburrido, gris. Más tradición que verdad actual.
Una dirección de actores burocrática, sin profundidad. En realidad es triste ver como no tienen nada nuevo que contar. Por eso creo que es su final y con ello una forma de hacer teatro de grupo.
No es teatro andino, como pretende su director. Es pura ficción imaginada y retocada desde la abdicación burguesa. Una clase media que ya no reflexiona, que ha sido derrotada por el marasmo y la comodidad de contar lo obvio. En el relato de los yuyas nuestra historia se pasteuriza, se turistea, digno de Promperú, pero desolador para el teatro mismo.
domingo, 23 de mayo de 2010
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